lunes, 26 de marzo de 2007

24 Hour Party People



(24 Hour Party People)
Gran Bretaña, 2002. 117 m. C.
D.: Michael Winterbottom
I.: Steve Coogan, Shirley Henderson, Andy Serkis, Sean Harris


Una minoritaria actuación de los Sex Pistols marca el origen del sonido Manchester. Entre los 42 asistentes al evento encontramos tres personalidades claves: Ian Curtis (el futuro vocalista de Joy Division), el visionario del sonido Martin Hannet (productor de Happy Monday y de los propios Joy Division) y Tony Wilson (el creador del sello discográfico Factory, centro neurálgico del movimiento de donde surgieron los grupos anteriormente citados). El propio Wilson, quien oficiará de guia a través de las tres décadas que abarca el film, nos informa que estamos presenciando un momento histórico. No resulta gratuita, ni obvia, esta advertencia, pues Michael Winterbottom prefiere moverse en el terreno de la mitología que el de la historía (la referencia al vuelo de Ícaro al principio del film).
Sabedor de que la realidad puede ser la mayor enemiga del mito, el director británico decide sumergirse en el terreno de la chismografía antes de echar mano de los libros de texto, recreando anécdotas y leyendas, mezclando la realidad más inverosímil con la ficción más plausible. Coherentemente, 24 Hour Party People se estructura a través de una paradójica propuesta visual, utilizando una puesta en escena de tono documental (cámara en mano, diferentes texturas, utilización de imágenes de archivo, los protagonistas dirigiéndose directamente al espectador) para escenificar una ficción basada en hechos reales, permitiéndose incluso alguna salida de tono (la inclusión de platillos volantes, los cuales nos trae a la memoria otra propuesta parecida: la magnífica Velvet Goldmine). Este distanciamiento "desde dentro" permite realizar un retrato nostálgico sin renegar de una mirada crítica, llena de ironía, pero sin juicios morales (en un momento del film, el propio Wilson nos recuerda que la película no trata de él, sino de la música), dando la impresión de encontrarnos ante una autobiografía de Tony Wilson en la cual, desde la distancia, puede poner las cosas en su sitio: en lo didáctico (la transformación de Joy Division en New Order; las turbulentas grabaciones de estudio) y lo dramático (el suicidio de Ian Curtis); en lo sociológico (de los conflictos sociales del punk a la cultura de la droga de las raves) y lo sentimental (la integridad de Wilson ante las ofertas de los grandes compañías discográficas), consciente de que el tiempo puede convertir el mayor de los fracasos en materia épica.

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