lunes, 2 de abril de 2007

Romeo + Julieta


(Romeo + Juliet)
USA, 1996. 115m. C.
D.: Baz Luhrmann
I.: Leonardo DiCaprio, Claire Danes, John Leguizamo, Brian Dennehy


Una vorágine de frenéticas imágenes nos sitúan en el escenario de la acción. Como si asistiéramos a un espídico vídeo-clip, los planos se suceden unos a otros, atropellándose, sin que casi tengamos tiempo para asimilar las imágenes que vemos. Todo ello acompañado de una música grandilocuente, operística, y una voz en off igualmente afectada que nos introduce en una historia de amores, odios y venganzas que ya conocíamos, pero que nos parece estar viendo por primera vez. A continuación, y sin darnos tiempo a respirar, asistimos al encuentro entre los miembros de dos familias enfrentadas por viejos rencores de los que nadie se acuerda ya: en el marco de una gasolinera, los Capuletos y los Montescos desenfundan sus armas, se mueven y disparan como si actuaran en una cinta de acción de Hong Kong a la que se le ha añadido estilemas del spagetti western y el cine de pandilleros. Esta introducción es la escena más frenética, más arrolladora, de todo el film. El espectador asiste a un desfile de histéricas imágenes que no sirven tanto para situarle en el escenario en el que transcurrirán los hechos sino anticiparle el estilo, la arrolladora fuerza visual de un film que viste de suntuosos ropajes modernos sentimientos ya antiguos, a los cuales una inyección de adrenalina e imparable arrogancia adolescente traen a la actualidad para descubrir que, en el fondo, estos no han cambiado tanto.
El impacto de Romeo + Julieta no consiste en trasladar el esquema argumental de la pieza de Shakespeare a un entorno moderno (pues no sería la primera vez que se hace) sino en enfatizar, dinamizar los sentimientos desaforados de los protagonistas a través de una puesta en escena igualmente excesiva. Luhrmann no tiene miedo de llevar al límite la ecléctica amalgama de referencias visuales e iconográficas que maneja (de lo camp a lo kitch, de lo drag a lo feérico, de lo esteticista a lo hortera), siempre basculando entre lo sublime y lo ridículo (y, en ocasiones, en ambos a la vez), conocedor de que no es sino la materialización de la historia de amor fou que viven los dos protagonistas, delirante y surrealista en su obsesiva relación, y que convierte a Romeo y a Julieta en dos dementes lúcidos en medio de un torbellino de caos y apocalipsis, cuya explosión de sentimientos exaltados y apasionados desborda a un film que encuentra así, en el corazón compartido de dos seres enamorados, su misma razón de ser.

lunes, 26 de marzo de 2007

The Host


(Gwoemul)
Corea del Sur, 2006. 119m. C.
D.: Bong Joon-Ho

I.:
Song Kang-Ho, Byeon Hie-bong, Park Hae-il, Bae Du-na


Con The Host el director surcoreano Bong Joon-Ho demuestra, como ya lo hiciera con su anterior y excelente Memories of Murder, que el cine fantástico puede tener tanto potencial sugestivo como político. Así, la nueva sensación proveniente de Oriente puede disfrutarse tanto desde una perspectiva literal como metafórica. La viscosa criatura que irrumpe estrepitosamente en Seúl puede verse tanto como la manifestación de un poder superior como la constatación de nuestra vulnerabilidad como marionetas manejadas al antojo de titiriteros ocultos bajo una máscara de amabilidad. Gang-du y su familia se nos presentan como el paradigma del perdedor, criaturas que sobreviven como pueden, inmersos en una existencia vacía, conscientes de su propia condición de insignificantes motas abandonadas en la soledad del cosmos. La aparición del engendro tentacular fragmentará en pedazos la mediocre realidad en la que se encuentran sumergidos los protagonistas para demostrar que tras las miserias cotidianas se oculta la energía de la épica. Manipulados por una fuerzas superiores que intentan combatir de manera expeditiva algo que ellos mismos han creado, los protagonistas trascienden su condición de familia disfuncional y desestructurada para transformarse en una única unidad formada por varios miembros en busca de una parte que les ha sido arrebatada. Una microscópico grupo combativo enfrentado a una ciclópea masa formada por el ejército, el gobierno y los científicos, con la supervivencia (física y moral) como único trofeo.
Pero lo que convierte a The Host en una producción tan insólita como decididamente deslumbrante es su honestidad. Más allá de todo tipo de lecturas sociológicas y políticas (por otro lado obvias, que no fáciles), ante y sobre todo, The Host es una monster movie. No estamos, por tanto, ante la utilización de una serie de códigos genéricos para realizar un discurso más o menos trascendente, sino ante una película genérica asumidamente auténtica. En este sentido Joon-Ho nos ofrece alguno de los momentos más sugestivos, más perturbadores, que hayamos visto en los últimos años: la primera aparición del monstruo es ejemplar, en un solo movimiento de cámara el concepto de realidad que hasta entonces tenía el protagonista se hace añicos (pocas veces lo fantástico, lo inexplicable, ha irrumpido con tanta fuerza en la realidad); el plano del rapto de la hija de Gang-du es otra ejemplar violación de lo cotidiano por lo sobrenatural. La mezcla genérica de la que hace gala la película no hace más que añadir un elemento de extrañamiento a la odisea de los protagonistas, saltando de lo cómico a lo dramático, para acabar imbuidos por la épica tras la cual, lógicamente, viene la lírica en un final realmente hermoso: los supervivientes, convertidos de nuevo en seres anónimos, dando la espalda a esa realidad de la que ya no forman parte, abandonados a la soledad de su propia heroicidad, convertidos en los pilares sobre los que se sustenta el cosmos.

24 Hour Party People



(24 Hour Party People)
Gran Bretaña, 2002. 117 m. C.
D.: Michael Winterbottom
I.: Steve Coogan, Shirley Henderson, Andy Serkis, Sean Harris


Una minoritaria actuación de los Sex Pistols marca el origen del sonido Manchester. Entre los 42 asistentes al evento encontramos tres personalidades claves: Ian Curtis (el futuro vocalista de Joy Division), el visionario del sonido Martin Hannet (productor de Happy Monday y de los propios Joy Division) y Tony Wilson (el creador del sello discográfico Factory, centro neurálgico del movimiento de donde surgieron los grupos anteriormente citados). El propio Wilson, quien oficiará de guia a través de las tres décadas que abarca el film, nos informa que estamos presenciando un momento histórico. No resulta gratuita, ni obvia, esta advertencia, pues Michael Winterbottom prefiere moverse en el terreno de la mitología que el de la historía (la referencia al vuelo de Ícaro al principio del film).
Sabedor de que la realidad puede ser la mayor enemiga del mito, el director británico decide sumergirse en el terreno de la chismografía antes de echar mano de los libros de texto, recreando anécdotas y leyendas, mezclando la realidad más inverosímil con la ficción más plausible. Coherentemente, 24 Hour Party People se estructura a través de una paradójica propuesta visual, utilizando una puesta en escena de tono documental (cámara en mano, diferentes texturas, utilización de imágenes de archivo, los protagonistas dirigiéndose directamente al espectador) para escenificar una ficción basada en hechos reales, permitiéndose incluso alguna salida de tono (la inclusión de platillos volantes, los cuales nos trae a la memoria otra propuesta parecida: la magnífica Velvet Goldmine). Este distanciamiento "desde dentro" permite realizar un retrato nostálgico sin renegar de una mirada crítica, llena de ironía, pero sin juicios morales (en un momento del film, el propio Wilson nos recuerda que la película no trata de él, sino de la música), dando la impresión de encontrarnos ante una autobiografía de Tony Wilson en la cual, desde la distancia, puede poner las cosas en su sitio: en lo didáctico (la transformación de Joy Division en New Order; las turbulentas grabaciones de estudio) y lo dramático (el suicidio de Ian Curtis); en lo sociológico (de los conflictos sociales del punk a la cultura de la droga de las raves) y lo sentimental (la integridad de Wilson ante las ofertas de los grandes compañías discográficas), consciente de que el tiempo puede convertir el mayor de los fracasos en materia épica.