(Gwoemul)
Corea del Sur, 2006. 119m. C.
D.: Bong Joon-Ho
I.: Song Kang-Ho, Byeon Hie-bong, Park Hae-il, Bae Du-na
D.: Bong Joon-Ho
I.: Song Kang-Ho, Byeon Hie-bong, Park Hae-il, Bae Du-na
Con The Host el director surcoreano Bong Joon-Ho demuestra, como ya lo hiciera con su anterior y excelente Memories of Murder, que el cine fantástico puede tener tanto potencial sugestivo como político. Así, la nueva sensación proveniente de Oriente puede disfrutarse tanto desde una perspectiva literal como metafórica. La viscosa criatura que irrumpe estrepitosamente en Seúl puede verse tanto como la manifestación de un poder superior como la constatación de nuestra vulnerabilidad como marionetas manejadas al antojo de titiriteros ocultos bajo una máscara de amabilidad. Gang-du y su familia se nos presentan como el paradigma del perdedor, criaturas que sobreviven como pueden, inmersos en una existencia vacía, conscientes de su propia condición de insignificantes motas abandonadas en la soledad del cosmos. La aparición del engendro tentacular fragmentará en pedazos la mediocre realidad en la que se encuentran sumergidos los protagonistas para demostrar que tras las miserias cotidianas se oculta la energía de la épica. Manipulados por una fuerzas superiores que intentan combatir de manera expeditiva algo que ellos mismos han creado, los protagonistas trascienden su condición de familia disfuncional y desestructurada para transformarse en una única unidad formada por varios miembros en busca de una parte que les ha sido arrebatada. Una microscópico grupo combativo enfrentado a una ciclópea masa formada por el ejército, el gobierno y los científicos, con la supervivencia (física y moral) como único trofeo.
Pero lo que convierte a The Host en una producción tan insólita como decididamente deslumbrante es su honestidad. Más allá de todo tipo de lecturas sociológicas y políticas (por otro lado obvias, que no fáciles), ante y sobre todo, The Host es una monster movie. No estamos, por tanto, ante la utilización de una serie de códigos genéricos para realizar un discurso más o menos trascendente, sino ante una película genérica asumidamente auténtica. En este sentido Joon-Ho nos ofrece alguno de los momentos más sugestivos, más perturbadores, que hayamos visto en los últimos años: la primera aparición del monstruo es ejemplar, en un solo movimiento de cámara el concepto de realidad que hasta entonces tenía el protagonista se hace añicos (pocas veces lo fantástico, lo inexplicable, ha irrumpido con tanta fuerza en la realidad); el plano del rapto de la hija de Gang-du es otra ejemplar violación de lo cotidiano por lo sobrenatural. La mezcla genérica de la que hace gala la película no hace más que añadir un elemento de extrañamiento a la odisea de los protagonistas, saltando de lo cómico a lo dramático, para acabar imbuidos por la épica tras la cual, lógicamente, viene la lírica en un final realmente hermoso: los supervivientes, convertidos de nuevo en seres anónimos, dando la espalda a esa realidad de la que ya no forman parte, abandonados a la soledad de su propia heroicidad, convertidos en los pilares sobre los que se sustenta el cosmos.